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A todos nos gusta llegar a ser exitosos en aquello que emprendemos en la vida. Tener éxito en el trabajo, en el deporte, en los negocios, en las aficiones y en las relaciones interpersonales, es a menudo nuestra meta principal. Deseamos ser excelentes en todo cuanto emprendemos y hacemos. Esto es legítimo, sin considerar esta manera de pensar como un fin en sí mismo o en una obsesión que nos lleve a la locura. Sin embargo, existe una parcela muy importante de nuestras vidas en la que es cada vez más difícil lograr el premio de la satisfacción absoluta. Esta esfera vital es la familia: en muchas ocasiones descuidada, en otras tantas, malentendida. Lo que siempre había vertebrado la sociedad, ahora se desintegra ante nuestros ojos mientras se proponen otros modelos de familia que ni por asomo se hallan en el plan de Dios para el ser humano.

El verdadero y más grande éxito en nuestra vida ha de enmarcarse en la presencia de Dios en medio de la familia. Una familia cristocéntrica es aquella que logra al fin el sentido natural y pleno de lo que significan unos lazos de consanguinidad y un amor diferente y profundo. Por ello, en esta mañana, quisiera adentraros en la complejidad de la unidad familiar en Cristo y que se deja guiar
por el Espíritu Santo hacia una madurez excelente y agradable a Dios. El fruto del Espíritu no solo se circunscribe a la comunión fraternal de la iglesia, sino que debe partir desde la individualidad hacia lo familiar, hasta desembocar en lo eclesial.

Si las familias que componen la iglesia de Cristo, son familias sanas, de buen testimonio y administradoras de los dones que Dios nos concede, entonces la congregación verá sustancialmente mejorada su visión y su meta al aunar esfuerzos y energías. En Gálatas 5,

Pablo hace una enumeración de las obras de la carne que impregnan una sociedad ampliamente secularizada y paganizada. Tras la condena de estos actos deleznables, desgrana con sabiduría el fruto del Espíritu que surge como consecuencia de vivir por el Espíritu y de caminar en Él. Este fruto ha de ser la
pauta que dirija el timón de la familia cristiana en medio de los mares y océanos tempestuosos en los que navegamos hoy día.

A. UNA FAMILIA CRISTIANA TIENE ABUNDANCIA DE AMOR.

El ingrediente que ha de aglutinar y cohesionar a la familia es el amor. Pero no cualquier amor. Los lazos familiares son estrechos y entrañables, pero cuando entra en escena Cristo, esta clase de amor se multiplica por un millón. El amor que se cultiva en la familia es esa clase de amor que no deja de existir aunque sea despreciado. El que es padre o la que es madre sabe entender esto.
Nuestros hijos pueden desobedecernos, ignorarnos o faltarnos al respeto, pero seguimos siendo sus padres, amándolos más allá de lo que pueda dolernos el corazón al recibir su desdén. Este amor busca siempre lo mejor de cada miembro familiar. Padres e hijos se unen en el objetivo común de superarse y ayudarse mutuamente a sobrellevar cualquier carga.

 

No hay rivalidades entre hermanos, ni envidias insanas. Es un amor sacrificado, que halla el cumplimiento de sus intereses cuando cumple los intereses del otro. Somos capaces de quitarnos el pan de la boca para que no falte de nada a nuestra familia. No recela de los demás ni guarda rencor, comprendiendo las flaquezas de uno y de otro. Busca que la verdad sea el estandarte que ondee en lo más alto del pabellón familiar, y desea que Cristo sea el referente del amor y la misericordia en medio de la unidad familiar.


B. UNA FAMILIA CRISTIANA ESTÁ SIEMPRE GOZOSA.

Por supuesto, todas las familias pasan por crisis. Crisis de identidad, económica, espiritual y de relaciones. Es muy difícil poder decir que pongamos buena cara al tiempo, sabiendo que todo es un desastre en nuestra familia. Los tiempos que corren no son precisamente los más adecuados para crear familias felices. Pero sin embargo, Dios derrama de Su gozo sobre todos y cada uno de sus miembros.

Si la familia se deja guiar por el Espíritu Santo, si pone su confianza en Cristo a la hora de resolver sus problemas, entonces habrá alegría en el corazón de cada familiar. Mi madre y mi padre, cuando nos reuníamos alrededor de la mesa para comer, a menudo contaban alguna anécdota cómica de algo que les había pasado durante el día. A veces, nos pasábamos un buen rato a mandíbula batiente mientras se enfriaba la comida. Reíamos y reíamos. Tras los últimos espasmos de carcajada, mi madre solía decir: “Seremos pobres, pero... ¿y lo que nos reímos?” Nunca se me olvidan esos días de carencias y dificultades porque me muestran lo que realmente llena de gozo a una familia cristiana: el cuidado y provisión de Dios. Podíamos estar pasándolo muy mal, pero siempre había tiempo para sonreir y echar una miradita al cielo para ver como Dios se encargaba de todo.

C. UNA FAMILIA CRISTIANA ES UN AGENTE PACIFICADOR.

Muchos hogares durante un tiempo, tenían un cuadrito en el recibidor en el que decía: “Hogar, dulce hogar.” Era la expresión más gráfica de que como en casa, con la familia, uno no podía estar mejor. La paz, incluso en medio del torbellino de los niños y los quehaceres domésticos, era algo con lo que podías contar cuando llegabas a casa. No estoy hablando del silencio de un hogar en el que cada uno está enganchado a la televisión, otro en el ordenador y otro a la videoconsola. Hablo
de la sensación que nos embarga al sabernos parte integrada de una familia. Es sentir que todo está en orden y que se respira una tranquilidad espiritual inenarrable.

La paz que Dios da, no es la paz que brinda el mundo y lo sabemos. La paz que Dios nos ofrece como familias es ese sosiego interior que nos remite al control que Dios tiene sobre todas las circunstancias. Es esa tranquilidad que inunda las horas vacías y que nos hace más cercanos a los nuestros. Es ese reposo que surge de la dependencia de Dios. Y además, nos convierte en agentes de esa paz contagiosa que hemos de practicar con nuestro cónyuge e hijos. Si sales de tu trabajo resoplando por lo que vas a encontrarte en casa, necesitas pedirle a Dios que te entregue esa clase de paz que hace que uno desee estar disfrutando de los suyos.

D. UNA FAMILIA CRISTIANA DEMANDA PACIENCIA.

¿En cuántas ocasiones alguien de nuestra familia nos ha sacado de nuestras casillas? Creo que todos hemos pasado por esos momentos en los que no eres capaz de soportar ciertas actitudes y actos de tus hermanos y padres. Luchamos contra la familia en vez de defenderla. Somos demasiado impacientes para pedir y demasiado indolentes para dar. Todos tenemos diferentes personalidades y
temperamentos, y no hemos de considerarnos el ombligo del mundo.

Como familia cristocéntrica, la paciencia es una virtud que hay que saber administrar por lo poca que suele haber en el hogar. La falta de paciencia ha convertido a las familias en islas desconectadas entre sí. Cuando escuchamos de nuestros padres algo que no nos conviene, nos hacemos los sordos o directamente les hacemos callar con un volumen de voz bastante más alto. Cuando la voz de la experiencia nos habla, y lo hace con amor, a menudo la recibimos con exasperación. Se pierde la comunicación entre generaciones porque estamos siempre a la defensiva, y en nuestra impaciencia obviamos todo cuanto nos puedan decir. La familia cristiana sobrelleva las cargas mutuamente y escucha con paciencia cualquier consejo que provenga del corazón.

E. UNA FAMILIA CRISTIANA OBRA CON BENIGNIDAD Y BONDAD.

La familia que busca ser un bloque firme y sólido es aquella que lo fía todo a hacerse el bien entre los miembros de la misma. Todos nuestros deseos para con nuestros padres, hermanos e hijos han de estar dirigidos a la bendición. Cada acto que realizamos debe ser dirigido por la mano bienhechora de Cristo con el fin de que su testimonio sea irreprochable. No hay nada mejor en el seno de la familia que Dios aprueba que darse a los demás. Jesús decía que mejor es dar que recibir.
Ese espíritu de ayuda y auxilio entre familiares es algo legendario. Saber que puedes contar con cada uno de los de tu misma sangre, es algo que nos da Seguridad y alegría. Incluso cuando nos tenemos que separar de nuestro nido familiar, sabemos que las cosas no cambiarán con el tiempo y las circunstancias. Entender que tu familia está siempre al tanto de tu vida, de tus necesidades materiales y espirituales, de tus malos momentos y de tus éxitos, es algo
que el dinero no puede comprar. Dios nos da de Su bondad para que la extendamos a los nuestros. El Espíritu Santo nos muestra los instantes precisos y preciosos en los que podemos socorrer a la carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre.

F. UNA FAMILIA CRISTIANA HA DE SER UNA FAMILIA DE FE.

Algo que ha quedado en desuso, por desgracia, es el devocional familiar. Este reducto deespiritualidad dentro de la rutina y el trasiego del hogar, ha sido desplazado a los encuentros en la iglesia. El hogar, por tanto, se ha convertido en un lugar en el que el temor de Dios ya no se enseña. El mandamiento que Dios dió a Israel de educar contándole a los hijos las maravillas que Dios ha hecho en la historia del mundo, ha sido relegado a un segundo plano. La lectura de la Biblia
sentados en el sofá, las oraciones fervorosas pidiendo e intercediendo los unos por los otros y la alabanza a Dios, han ido desapareciendo paulatinamente de nuestra vida privada. Circunscribir estas prácticas al tiempo de la iglesia es sumamente peligroso. Creer que en la Escuela Dominical ya educarán a mis hijos en los misterios del evangelio, es algo que tarde o temprano pasará factura a nuestros hijos. El culto no es algo que se celebra en días señalados, sino que la familia, como primera institución, ha de dar el primer paso en casa.

Las primeras comunidades de creyentes figuran como reuniónes en los oikos, o casas particulares, en las que las familias se reunían para orar, alabar y estudiar la Palabra de Dios. Convierte tu hogar en un lugar de culto al Señor para que cuando vayas el domingo o el jueves puedas compartir las enseñanzas que Dios te dió y lleves a tus hermanos las manos llenas de la plenitud de Cristo.

E. UNA FAMILIA CRISTIANA SE HUMILLA BAJO LA MANO DE DIOS PARA NO

SUCUMBIR AL SUSURRO DEL MUNDO.
Si la familia cae, el mundo y la sociedad se vienen abajo. Si la familia refuerza cada día sus principios en la Ley de Dios, aún existe esperanza para esta tierra. En medio de los disparos indiscriminados de los valores distorsionados y falsos que ofrece este tiempo postmoderno, la familia trata de sobrevivir a duras penas. Los modelos familiares son una burla al propósito eterno de Dios para con el ser humano. La única manera de no dejarse llevar por esta fuerte y atrayente corriente es humillarse como familia ante Dios. Escoger depender únicamente de Dios.

Elegir un camino que aunque duro, es el que nos ha de llevar a la victoria en Cristo. El anhelo más profundo que debe tener la familia ha de ser el de servir a Dios con obediencia y amor.

Los principios morales y éticos degradados de este siglo han de hallar en la familia un baluarte que detenga con anticipación su choque violento. El hogar ha de ser esa fortaleza en la que la voluntad de Dios es la única que guía a cada miembro del mismo. Las puertas de esa casa que basa su sentido y significado en Cristo, han de permanecer santas y puras. La disciplina debe ocupar un lugar sumamente relevante a la hora de regular las relaciones, el respeto y la dignidad de los que pertenecen al mismo grupo familiar. Dios devendrá en el garante de esa pureza y de esa sana
doctrina que cambiará definitivamente los corazones de los que forman una familia fiel y creyente.

CONCLUSIÓN.

La familia se encuentra en el punto de mira de Satanás. No hace falta mirar muy lejos para verlo ni ser un Einstein para entenderlo. Cuando la familia arraigada en Cristo se mueve, Satanás tiembla.
Cuando los padres atienden, aman y protegen a sus hijos conforme a las Escrituras, Satanás sabe que está vencido. Cuando los hijos respetan, valoran y ayudan a sus padres, el diablo redobla sus esfuerzos porque no sea así. Cuando esposo y esposa se aman, cuidan y buscan a Dios, el demonio intentará arrebatar todo lo que pueda para separarlos. Pero nunca podrá quitar el amor, la lealtad y la fe de aquellas familias que con denuedo, valentía y perseverancia se enfrentan al espíritu dañino y
temible de este mundo que siembra cada día el Maligno.

Fuente: evangelicoreflexivo


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