
“Si te volvieres al Omnipotente, serás
edificado; alejarás de tu tienda la aflicción.” Job.22:23
Edificar sabiamente
Observaba
atentamente a un albañil levantando una pared y me quedé pensando que ese
ladrillo que colocaba era yo mismo y se me ocurrió compartirte mis pensamientos
para que juntos descubramos algo nuevo; es que a cada ladrillo lo veía como a
uno de nosotros.
Recordemos
que el pueblo judío, siendo esclavo en Egipto, fabricaba ladrillos estando en
sus opresiones y sufrimientos, en sus angustias y soledades. Cada uno de
nosotros es como uno de esos ladrillos y entre todos formamos parte del
edificio de DIOS, donde EL mora aquí en la tierra.
El
albañil tenía a su lado una montaña de ladrillos todos desordenados, apilados.
Pensé que así no sirven para nada, no protegen a las personas contra el frío o
calor, no paran las lluvias ni al viento y aún si alguien se apoya en ellos
seguramente se lastimará. Es que cada ladrillo tiene 6 caras (habla que somos
carnales), 8 puntas y 12 aristas (son nuestros lados filosos). Cada arista,
cada punta nos habla de nuestro mal carácter, de nuestras reacciones. Muchas
veces lastimamos a los que más queremos, te fijaste?
Curiosamente
los ladrillos se hacen de barro y paja. Con barro DIOS creó al hombre y la paja
habla de nuestras debilidades, nuestras carnalidades. DIOS junta la tierra con
la paja, la mezcla con el agua que es su palabra, le da forma y la coloca en el
horno de fuego (que son las pruebas, los problemas que pasamos) para
endurecernos, hacer algo útil de nosotros. Fíjate que un ladrillo mal cocido es
blando, se rompe de nada mientras que un ladrillo bien cocido es resistente, no
se rompe fácilmente.
El
albañil presentaba los ladrillos en una misma línea, los colocaba en un orden
determinado, cada cara junto a otra cara, cada arista paralela a otra arista,
la plomada garantizaba la forma correcta de edificar y nunca dejaba a los
ladrillos apoyados sueltos, antes los pega con cemento que cubre todas las
imperfecciones de cada ladrillo y los liga fuertemente; así es el Espíritu de
amor que nos une profundamente con los hermanos de la fe formando un cuerpo,
para que crezcamos juntos y resistamos los problemas.
No
estamos solos. Cada ladrillo está unido a otros seis, dos abajo, dos laterales
y dos arriba. Los dos de abajo nos soportan, son nuestras guías, son aquellos
que nos inspiran; los dos laterales nos sostienen, nos acompañan y los dos de
arriba son aquellos a quienes nosotros soportamos. Por eso, la perfección del
siete es la unidad personal en las relaciones.
La paja
(o la hojarasca, estopa, o tamo), son elementos que cuando pasan por el fuego,
desaparecen. Así nos pasa a medida que crecemos en el Señor: desaparecen
nuestras carnalidades.
Ahora, si
el ladrillo se suelta de la pared, si se despega, deja un hueco, un vacío donde
todo el mundo se dará cuenta de su falta y de nuevo le aparecen las aristas,
las puntas, los filos que lastiman, aparece el mal carácter, las malas
reacciones, las actitudes equivocadas. Cuando el ladrillo queda suelto, pierde
toda utilidad práctica, termina pateado, quebrado, hecho polvo, y lo más grave,
se queda solo.
Edificar
el futuro responsablemente es relacionarse con otros seis sellados con el
vínculo del amor y mirando cualquier pared entenderás ahora lo que ese sabio
albañil hacía.
Fuente: www.gacetacristiana.com.ar
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