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¿Por qué existen tan pocos seres excepcionales y tantos mediocres? Hay una única explicación. Independientemente del perfil genético o de las cualidades de cada individuo, hay una característica común a cada uno de algunos hombres que dejaron su marca en la historia.

Todos y cada uno de estos pusieron su corazón en lo que estaban haciendo y se comprometieron con el objetivo que se habían determinado. No les importó las contras, las dificultades o los problemas que pudieran tener que enfrentar, sabían a donde querían llegar y nada iba a detenerlos hasta lograrlo. Difícilmente alguno de nosotros podremos ser alguien con ese renombre o perfil. Es complicado que personas comunes y corrientes alcancen notoriedad, fama o poder.

Pero hay algo que definitivamente deberíamos copiar. La perseverancia. Daniel había aprendido esto desde muy chico. Y siendo muy joven, apenas un adolescente en una sociedad contraria, presionado por el contexto para hacer lo malo, con malos ejemplos que debían ser imitados, sin la presión del control de sus padres o maestros, solo con su alma, él decide no contaminarse.

No fue una decisión improvisada, ni producto de la emoción de un campamento o una noche de consagración. Fue una elección meditada y consciente, en la que involucró su pensamiento, su voluntad y su emoción. Puso todo su corazón en esta decisión y por eso la puso sostener a lo largo del tiempo. Los antiguos asociaban el corazón con el alma de las personas. Y el alma es un concepto tripartido. Se compone de la mente, que origina los pensamientos; de la voluntad, el impulso para tomar acciones en relación al pensamiento y de la emoción, el sentimiento y la pasión necesaria para llevar a cabo esas acciones.

¿Querés mantener tus decisiones a lo largo del tiempo y alcanzar las metas que te propusiste? Proponértelo en tu corazón, pone en ese objetivo toda tu mente, toda tu voluntad, y toda tu pasión.

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