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¿Conoces la historia de Débora? Si no la conoces en detalle, estoy segura de que por lo menos has escuchado algunas frases que tienen que ver con ella: “Levántate como Débora la guerrera”; “Déboras al frente de la batalla”, “Fuimos creadas para ser mujeres guerreras”. Frases como estas son el producto de una distorsión de las Escrituras, y una incorrecta interpretación de la historia de esta mujer. Es por esto que quisiera que me acompañes a conocer la historia de Débora de manera correcta.

Un poco de su historia y contexto

Débora fue una mujer casada (Jueces 4:4), profetisa, y también jueza (Jueces 4:5). Su posición en aquel entonces tendría cierta equivalencia con la de una mujer casada y profesional en el día de hoy.
En el Israel antiguo, como su religión estaba directamente relacionada con su política, los líderes –como los reyes y los sacerdotes– siempre fueron hombres. La única excepción fue la reina Atalía, hija de Jezabel y Acab, y ella no fue nombrada como reina sino que robó el reino cuando su esposo, que era el rey, murió ¡y luego ella mató a todos los hijos de su esposo para que nadie le quitara del reino!
Este fue un tiempo oscuro en la historia de Israel, como también lo fue el tiempo de Débora. Israel había estado 200 años sin líder después de la caída de Jericó.

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Débora y el diseño de Dios para la mujer

En la medida en la que vamos avanzando en la historia de Débora, quisiera que tuviéramos en mente el rol dado de parte de Dios a la mujer porque, como vimos al principio, muchos han distorsionado la historia de Débora haciendo de ella una guerrera. Si no conoces acerca del complementarianismo, te recomiendo algunos artículos como “¿Qué es eso del complementarianismo?”, “El rol de la mujer en la iglesia”, y este conversatorio, “Mi esposo es pastor: ¿por qué no soy pastora?”.
Entonces, ¿cuál es el rol que nos fue dado? Complementar a los hombres para que ellos pueden cumplir la labor que el Señor les ha asignado. Ser ayuda y columnas para ellos. Teniendo esto en mente, veamos lo que Débora hace en Jueces 4:6-7: “Ella mandó llamar a Barac, hijo de Abinoam, de Cedes de Neftalí, y le dijo: “Esto ha ordenado el Señor, Dios de Israel: ‘Ve, marcha al Monte Tabor y lleva contigo a 10,000 hombres de los hijos de Neftalí y de los hijos de Zabulón. Y yo atraeré hacia ti a Sísara, comandante del ejército de Jabín, con sus carros y sus muchas tropas hacia el torrente Cisón, y lo entregaré en tus manos”.
Débora fue profetiza, mientras que Barac fue el guerrero. Baruc era conocedor de la guerra, y él no tenía duda de que el enemigo al que se estaba enfrentando era grande. A menos que él caminara paso a paso con Dios, le sería imposible ganar y sería un masacre para los judíos. Esta historia nos recuerda la suficiencia de Dios.
Por ser profetiza, Débora tuvo una mayor intimidad con Dios que Barac, y sabemos que él así lo reconoció: “Barac le respondió: “Si tú vas conmigo, yo iré; pero si no vas conmigo, no iré”, Jueces 4:8.
Recordemos que Israel había sido oprimido por los Cananitas durante 20 años, y el comandante de su ejército, Sisara, tenía 900 carros de hierro. Los Israelitas no tenían nada, sin embargo esta historia confirma una vez más que Dios es todo lo que necesitamos.
Los tiempos eran tan malos que esta frase era repetida varias veces a través del libro de los Jueces: “En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que a sus ojos le parecía bien”. Ellos no tenían un líder para animarlos, para dirigirlos o para guiarlos; y los carros de hierro del enemigo eran la última tecnología de aquellos tiempos. Los judíos, que no tenían una fuerza armada, sabían que sin la intervención de Dios esto era una fuerza invencible. Barac no quería ir sin la profetiza. Él sabía que la única forma de ganar esta batalla era a la manera de Dios.
Luego vemos que Barac convocó a Zabulón y a Neftalí en Cedes, y subieron con él diez mil hombres. Débora también subió con él. “Entonces Débora dijo a Barac: “¡Levántate! Porque éste es el día en que el Señor ha entregado a Sísara en tus manos. Ya que el Señor ha salido delante de ti.” Bajó, pues, Barac del Monte Tabor seguido de 10,000 hombres”, Jueces 4:14. Entonces, ¿quién fue al área de combate?, Barac y diez mil hombres no Débora. Ella estaba comportándose como su ayuda, ayudándole oír la voz del Señor.

Madre en Israel, no guerrera

Para poder entender los tiempos tan difíciles que Israel estaba viviendo, escuchemos lo que Débora dice en Jueces 5:6-7 “En los días de Samgar, hijo de Anat, en los días de Jael, quedaron desiertos los caminos, y los viajeros andaban por sendas tortuosas. Cesaron los campesinos, cesaron en Israel, 
hasta que yo, Débora, me levanté,
 hasta que me levanté, como madre en Israel”. 
Obviamente las calles eran tan peligrosas que la gente tenía miedo de salir de su casa. Y ¿cómo es que Débora se llama a sí misma? ¿La guerrera? ¿La jefa?  “…madre en Israel”. Ella conocía muy bien su rol. Aunque fue el Señor que la eligió a ella como profetiza, y Él la llamó para decirle a Barac lo que Él debería hacer, no se nota en ella un espíritu de burla por el temor que él sintió, tampoco un espíritu de mandar como jefa, o de intimidar, sino de guianza, servicio y protección, como una buena madre hace con su familia.

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Viviendo en sumisión

Viendo la sumisión y el rol de ayuda de Débora para con Barac, pudieras estarte preguntándote si ella era su esposa y la respuesta es no, ella estaba casada con Lapidot (Jueces 4:4). En ella tenemos el ejemplo de que el rol de la mujer es también en sumisión a los líderes, no solamente a sus esposos, aunque el grado de sumisión será diferente según el tipo de relación.
La sumisión a tu esposo no es igual a la sumisión a tu jefe o al vecino, pero nuestra actitud debe ser de sumisión y de respeto. Ahora bien la sumisión no es solamente para las mujeres: en la Palabra también encontramos sumisión de esclavo a amo (1 Ped. 2:18) que sería el equivalente a la sumisión a nuestros jefes; hacia las autoridades (Rom. 13:1), de los creyentes entre sí (Efe. 5:21) y la más importante, de los creyentes hacia a Dios (Stg. 4:7). Si el deseo de Dios es que seamos sumisas en nuestro caminar entonces, cuando no lo soy, a quien no estoy siendo sumisa es a Dios, y entonces estoy caminado en pecado. La sumisión puede resultar difícil en ocasiones, pero en Jesús tenemos el ejemplo perfecto de sumisión al Padre, y su muerte en la cruz nos ha capacitado para que podamos seguir su ejemplo.
¿Quieres ser como Débora? Procura tener una actitud y una vida de sumisión a Dios. Sé una mujer sometida a las autoridades que Dios puso en tu vida.
De hecho, resulta muy interesante que Dios había dicho que la victoria iba ser a través de una mujer, pero esa mujer no fue Débora. Fue una mujer llamada Jael quien terminó con la vida de Sísara (Jueces 4:17-21). Pero la realidad es que la batalla no fue ganada por Jael, ni Débora, ni Barac, sino por Dios, quien orquestó a estos personajes y luego envió una fuerte lluvia para que los carros del enemigo no pudieran avanzar (Jueces 5:21).

Esa es la historia de Débora: no como nosotras queremos interpretarla sino como la Palabra nos las está mostrando. Necesitamos ser mujeres que se acerquen a las Escrituras de manera correcta, no sacando de ella lo que nosotras queremos que diga, sino lo que Él quiere decirnos.

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