El expresidente de los
EEUU Ulises Grant aseguraba no tener oído para la música. En cierta ocasión,
cuando ya era mandatario, fue invitado a un concierto. Después de un rato, le
dijo al que estaba a su lado: “La verdad yo de la música entiendo muy poco, no
tengo buen oído. Sólo reconozco dos piezas: nuestro himno nacional y otra, que
sólo sé que no es el himno nacional”.
Probablemente has escuchado mencionar a algunas personas el
hecho de que no perciben la voz de Dios, suponen que solo algunos privilegiados
poseen esta singular habilidad. Sin embargo él se deja oír de diferentes
formas: una experiencia cotidiana, una lucha personal contra una penosa
enfermedad o pensamientos pecaminosos o en la tibia caricia de un instante de
oración en la mañana.
Jesús expreso en más de una ocasión esta
sentencia: “El que tenga oídos que oiga”. Oír es el
paso previo para abrir nuestro entendimiento, pero si este está oscurecido por
las frustraciones del día a día, no escucharemos la dulce voz del maestro.
Podemos concluir entonces que tenemos dos posibilidades para oír la voz de
Dios: una es la forma natural, muy humana propia de nuestra condición y otra,
la sobrenatural, que emana de un corazón abierto al amor a Dios, ¿por cuál de
ellas te decides?
Publicar un comentario