No nos han quitado sólo al
mejor jugador. Nos han dejado sin una usina de brío y carácter. Nos han
arrebatado a un CAPITÁN, un líder natural, un organizador de rebeldías, el
hombre que se ponía el equipo al hombro y trepaba la ladera. Si quisiera ser
cruel, diría que nos han dejado sin el más insólito de los jugadores peruanos.
En efecto, donde la mayoría ponía la cansina resignación, la viudez de la
voluntad, la vocación por el empate, la babita en vez de las mandíbulas
apretadas, GUERRERO ponía el temperamento.
Cuando otros empezaban a mirar
al vacío y a poner cara de derrota, ojos de Arica, lágrimas de Pisagua, perfil
de Tiwinza, venía GUERRERO y nos hacía recordar que esta es también tierra de
corajudos y tenaces. Donde Pizarro, el conquistador de bolsas propias, ponía el
narcisismo, GUERRERO se integraba a la maquinaria y exponía las piernas sin
pensar en contratos ni espónsores ni futuros negocios.
La mayor expresión de ese
GUERRERO decisivo fue esa carrera larga en la que, perseguido por Godín
–experto en derribos disimulados y neutralizaciones matreras–, llegó hasta el
arco uruguayo y definió por el palo del arquero. Esa larga marcha había
empezado con una pelota acunada en el pecho y bajada en movimiento. Ese era el
GUERRERO que incendiaba al equipo, que lo podía convertir, con el ejemplo, en
enjambre, en ganas, en confianza.
GUERRERO era la singularidad de
un equipo discreto que había, sin embargo, gracias a Gareca, encontrado un tono
coral que lo hizo ganar en Quito o empatar en Buenos Aires.
EL MEJOR HOMENAJE QUE PODEMOS
RENDIRLE A GUERRERO es sobreponernos a la adversidad. Necesitamos un alquimista
que prorratee el temple de GUERRERO entre los jugadores convocados, un
repartidor de hostias paganas, un psicólogo que haga control de daños y que
explique que es en las tempestades cuando se ven a los marineros de verdad.
El tributo que GUERRERO se
merece es el de la dignidad. No más llantitos, por favor. No más jeremiqueadas.
No más apelaciones imaginarias.
No más cuentos de abogados idiotas. Si nos dejaron sin el héroe de las definiciones
tendremos que afinar los automatismos y ser una orquesta sin Paganini.
Tendremos imperativamente que
cambiar de repertorio. Sin aquel violinista, sin aquel solista desterrado,
tendremos que coser un equipo corto y bravo que deje la piel en cada uno de los
90 minutos de juego.
Para eso está Gareca: para que
las medianías crean en sí mismas, para que los maltrajeados sientan que Armani
los asiste, para que los suplentones de sus equipos quieran vengarse de tanta
postergación y tanto olvido. Hay que hacerlos rabiar. Hay que convencerlos de
que la vida no te da segundas chances, que el fútbol no es sólo un juego sino
un reemplazo de los duelos de honor, que el arco de uno es un reducto y el del
otro es el botín, la presa, la recompensa por tantos años de sudar la gota
gorda.
No más llantos.
A trabajar como hormigas y a pelear como leones. A ver si así podemos reírnos
de la FIFA, la WADA y los hijos de la guayaba que nos quisieron decapitar.
Por: Hildebrandt en sus Trece
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